Todos los días, un joven pastor llevaba a pastar sus ovejas al monte. Una tarde, se le ocurrió gastar una broma a sus habitantes. Al volver al pueblo con sus animales, empezó a gritar “¡El lobo, el lobo!”, y los buenos pueblerinos salieron a ayudarlo. Pero no había lobo, sino tan solo un chico que no paraba de reír.
Le pareció tan simpática la broma que pensó en repetirla al día siguiente. Nuevamente, al grito del muchacho, los vecinos fueron a auxiliarlo, pero una vez más encontraron al jovencito desternillándose por la broma.
Una tarde, los aldeanos volvieron a escuchar los gritos del niño. Acostumbrados a la broma, decidieron ignorarlo. ¿Cómo iban a saber que en esa ocasión sí era verdad la presencia del lobo?
El pobre y mentiroso pastor se quedó sin sus ovejas, pues nadie acudió a ayudarlo. Pero eso sí, al lobo le dio tiempo de saborearlas a sus anchas.
Ahora responde:
1. ¿Cuál es la diversión del pastor?
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2. ¿Cómo responden los habitantes del pueblo al oír sus gritos?
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3. ¿Por qué hacía esta broma el joven pastor?
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4. ¿Por qué un día los habitantes del pueblo ya no le hicieron caso?
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5. ¿Qué ocurrió con las ovejas?
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6. En tu opinión, ¿cómo podría el pastor volver a ganarse la confianza del pueblo?
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7. ¿Tú le creerías a alguien muy mentiroso?
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